La primera República de Cuba nace el 20 de mayo de 1902. Con el nuevo siglo surgía una nueva época en la historia insular. La fundación de la nueva república simbolizaba el renacer de Cuba y su incorporación al escenario internacional como país independiente; representó, para los cubanos de aquel momento, la libertad, el dominio del país y una etapa llena de optimismo, esperanza y proyectos.
El cierre decimonónico había sido convulso y agitado: tras la victoria cubana en la lucha emprendida por décadas contra el poder colonial español, la intervención norteamericana en la Isla amenazaba con prolongarse indefinidamente; la independencia parecía escapar de las manos cubanas. No obstante, la pujanza patriótica del pueblo cubano desafió y frenó los impulsos conquistadores estadounidenses. El fin de la ocupación norteamericana se concretaba finalmente. La Asamblea Constituyente de 1901, las elecciones, el desmantelamiento paulatino de las autoridades estadounidenses…hechos todos que ultimaban los preparativos del advenimiento del nuevo régimen constitucional. La fundación del estado cubano era inminente. El pueblo anhelaba con celeridad su independencia, pues las amenazas que ponían en peligro tal sueño eran numerosas. El inicio de la centuria con el status de república puso fin a dicha angustia política y constituyó la oportunidad de poner en práctica el sueño republicanotan perseguido por los independentistas; ante el lastre de la condición neocolonial pensaron que lo principal era constituir el estado y, luego, librarse de los obstáculos y de las trabas políticas impuestas.
Los actos del día inaugural se organizaron a nivel nacional, con eventos en cada provincia, ciudad y pueblo del país. Estaba previsto que el izaje de la bandera cubana se realizara simultáneamente, a la misma hora, en toda la isla. La Habana contó con la celebración más grandilocuente; miles de cubanos provenientes de otras provincias viajaron a la capital para ser partícipes de tan magno acontecimiento. Se realizaron dos ceremonias: una en el Palacio de los Capitanes Generales y otra en la explanada del Castillo del Morro.
La víspera fue día de duelo por el aniversario de Dos Ríos; las banderas se izaron a media asta y se colocaban crespones de luto. El respeto por el Apóstol, a las doce de la noche, dio paso a la dicha y el jolgorio: la tristeza por la muerte del adalid de la Guerra Necesaria, héroe mítico de las luchas y del imaginario patriótico, se transformó en alegría exorbitante por el nacimiento de un nuevo mito, la fundación de la República de Cuba. En la medianoche comenzaron a repicar los cañonazos, las campanas de las iglesias y el bullicio del pueblo que participaba del regocijo general.
La ciudad amaneció engalanada con arcos de triunfos y guirnaldas de colores en sus calles, con retratos de patriotas y carteles de Cuba Libre por doquier. El acto oficial de la trasmisión de poderes ocurrió en el Palacio, al mediodía. Allí se encontraban el gobernador Leonardo Wood con su gabinete, Tomas Estrada Palma también con su gabinete, el General Máximo Gómez y demás autoridades e instituciones oficiales del momento.
Con la primera campanada de las doce, el general Wood leyó la carta del presidente Teodoro Roosevelt en la que se disponía el cambio de poderes; luego de explicar las obligaciones a las que se enfrentaba la nueva República, concluyó: “Por la presente declaro que la ocupación de Cuba por los Estados Unidos, y el Gobierno Militar de la isla, han terminado”.[1] En la azotea, dos soldados norteamericanos E. J. Kelly y Frank Vondrak hicieron descender la bandera norteamericana e izaron la primera bandera cubana, que quince minutos después fue entregada a Wood, a solicitud caprichosa de este. Entonces fue arriada por el Generalísimo y Wood la segunda bandera, mientras Gómez exclamaba: “¡Creo que hemos llegado!”.
En el Castillo del Morro, el acto era presidido por el general Emilio Núñez, acompañado por veteranos y funcionarios de la gobernación y alcaldía de La Habana. El teniente Edward A. Steward, soldado norteamericano, miraba con gemelos la azotea de Palacio, y repitió la operación de arriado de la bandera norteamericana. El general Núñez asistido por otros compatriotas que rompieron el protocolo en medio del entusiasmo, izó nuestra bandera. Desde el malecón, miles de cubanos observaban emocionados, gozosos, hermanados por el sentimiento de devoción y alegría patriótica. Al finalizar las ceremonias políticas oficiales, se inició una gran procesión cívica por el Paseo del Prado desde la Punta al Campo de Marte con grandes desfiles de carrozas, bandas de música, abanderadas, etc.
Casi cuarenta años después, un asistente al acto recordaba la fecha de este modo:
Y sin duda alguna, la fecha se convirtió en un día trascendental. El 18 de marzo de 1903 el gobierno de Estrada Palma declaró el día como fiesta nacional, junto al 10 de octubre y el 24 de febrero; se declaró día de Fiesta de la República.De esta manera, el 20 de mayo, data sin pasado ni referente inmediato, adoptada con el propósito de crear un mito fundacional, quedó asociada al surgimiento de la República de Cuba y a todo lo novedoso que ella significaba. Cada año constituía una ocasión propicia para la celebración magnánima, cuando el país se vestía de gala: las calles, hogares y comercios se adornaban con banderas, el himno nacional resonaba por doquier, se disparaban fuegos artificiales, en la noche los edificios se iluminaban espectacularmente, se bebía, se bailaba, se cantaba…se celebraba el aniversario de la República. Las revistas y periódicos realizaban ediciones especiales en los cuales aparecían poemas laudatorios por la fecha fundacional. Escritores y periodistas que se preciaban de ser patrióticos no desperdiciaban la oportunidad de demostrarlo al escribir fervorosos versos en ocasión del 20 de mayo.



